lunes, 22 de agosto de 2011

El rastro de Cthulhu: jugador #3

Y resultó que los japoneses eran los que estaban liándola en Shangai.
Tengo alguna que otra cicatriz más, pero le he dejado claro a los matones de la zona que no soy un cualquiera. Me crié en las calles de Detroit, que lo sepáis.
Tuve un pequeño incidente con el doctor Schrödinger y le disparé, pero fallé a propósito. Bueno, le rocé un poco con la bala. Pero es que me golpeó en la cabeza con una caja mientras intentaba reducir a un tipo que había disparado a Andrei, y tengo un pronto muy malo.
Muertes, más muertes y vampiros estelares. He visto una de esas cosas con mis ojos, lo juro. Se hacía invisible, como los malditos deformes de la isla, y mordía a mis compañeros. Pero yo fui más listo que el tipo del espejo, y gracias a la puntería de Andrei y a la mía nos deshicimos de él. Mientras, el padre Santiago oraba a voz en grito y mostraba su crucifijo. Recogí el espejo del suelo y por un momento me sentí el dueño del mundo. Con un sólo pensamiento podría hacer que todo esto terminara, volver a mi casa en los grandes Estados Unidos de América y acabar con esta pesadilla.
Pero en el fondo soy idiota, y en vez de matar a todos y largarme le di el espejo a un compatriota que trabaja para el gobierno con una promesa de trabajo para una facción rara. Espléndido.
Qué ganas tengo de volver a casa, joder. Espero que el viaje sea tranquilo de una puta vez.

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